lunes, 3 de junio de 2013

MARAGOLD




Al comentar esta nueva aventura de Greg Howe, uno se siente tentado de utilizar la expresión pedante ‘Rock con mayúsculas’. El respetado guitarrista se había unido a dos de sus acompañantes en anteriores aventuras instrumentales, el bajista Kevin Vecchione y el batería Gianluca Palmieri, con la intención de formar una banda con cantante. Al principio probaron con una voz masculina, pero más tarde, tras la marcha de ésta, encontraron a Meghan Krauss. Si no hubiesen tenido una banda tendrían que haberla formado sólo para poder tenerla a ella como cantante. Es una fiera, salvaje y delicada, que ha bebido directamente de los enjuagues bucales de Aretha Franklin y ha absorbido el aliento de Ann Wilson.

Con todo ello, el cóctel es casi molotov. Cuatro tipos perfectamente compenetrados, con una base de rock clásico, blues, fusión, y tendencias de improvisación, que descoyuntan al más pintado. Las raíces del rock y las técnicas más depuradas se combinan con naturalidad en este álbum de tremenda riqueza.

Las canciones funcionan de un modo asombroso, y además tiene una virtud esencial: son capaces de captar la atención del oyente con los primeros acordes, con las primeras notas, algo nada fácil, pues es bastante habitual que al escuchar una canción haya que esperar a ver cómo evoluciona. En el disco de Maragold sólo hay que dejarse llevar y esperar con ansia el desarrollo que nos lleva a los momentos álgidos del estribillo, el solo de guitarra, las progresiones de la base rítmica (esencial en todo el trabajo) y dejarse envenenar por la desgarradora y sensual voz de Meghan Krauss. Con todo ello el aficionado asiste con asombro a algo poco frecuente: tener la sensación de que es un espectador privilegiado en  el espectáculo incomparable de la creación musical, como si fuese testigo del proceso mágico de ver nacer y crecer una canción con los elementos básicos de la misma: una guitarra, un bajo, una batería y una voz. Porque aunque parezca algo obvio o tonto, aquí los instrumentos suenan a instrumentos musicales, y uno no es consciente de ello hasta que lo experimenta, y entonces se da cuenta de la cantidad de efectos que se usan habitualmente.

Las canciones en este trabajo no son el medio que usa el virtuoso guitarrista Howe para lucirse, como algunos podrían sospechar; para ello graba otros discos. Con Maragold busca la banda de rock, de blues, de fusión, pero sobre todo busca la canción, y de esas hay aquí diez de las buenas. El tema de presentación es brillante. “Evergreen is golder” muestra esa contundente aleación de estilos que he citado. La entrada de la voz de la Krauss es salvaje, mostrando fuerza y sabiduría, y la base rítmica funciona a la perfección. También está presente otro de los rasgos característicos del álbum que es los solos de Greg Howe, brillantes, limpios y originales, mezclando como a él le gusta los estilos de fusión, jazz y rock.

Entrada de batería y ritmo entrecortado de guitarra para “Saturday sun”, y espacio entre las líneas del pentagrama para el lucimiento y disfrute del cuarteto que adorna con sus instrumentos cada compás de la canción. Magistral el solo de Howe, muy original, con influencias setenteras del rock psicodélico. La canción no da tregua a las piernas o cualquier otro miembro susceptible de seguir el ritmo.

Más actual resulta “Oracle”, sustentada en los sugerentes malabarismos vocales de Meghan y con un estribillo dramático intensificado por unos excelentes arpegios de guitarra. El puente es muy bueno y hace de trampolín para un gran solo de guitarra.

Uno de los platos fuertes, a mi juicio, (y eso que el menú que presenta Maragold es para rebañar hasta la última nota) está en “Paradigm Tsunami”. Aquí la fusión es total, la sinuosa línea vocal de Krauss hipnotiza y el endiablado solo de Howe deja desorientado a cualquiera. Mezcla de salvajismo y melodía magníficamente remarcado por la excelente base rítmica y la intensidad que imprime Palmieri. Esa misma locura se apodera de la zeppeliniana “Magic pain”, otro de los momentos álgidos del álbum.

Asimismo “Penniless and Sane”, más melódica aunque igualmente contagiosa, le hace a uno adorar la música. No hay artificios ni trucos: es rock.

Los temas suaves no son cosa de poco: “Cry” tiene un estribillo difícil de olvidar, a pesar de que no es mi favorita. Prefiero “Story’s ending” o la bluesera “Boom boom tap (dance on)” que cierra el disco con creciente intensidad.

¿Dónde está el secreto para que un disco de estas características lo atrape a uno y no pueda hacer nada para evitarlo? No lo sé. Quizás es lo que llaman la magia de la música. Cuando deja de sonar, como al final de “Boom boom tap (dance on)” uno siente como si lo hubiesen abandonado de noche en mitad del desierto, y es entonces cuando es consciente de la necesidad que tiene de ella.





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