martes, 15 de noviembre de 2016

RIK EMMETT & RESOLUTION 9 - Res 9 (2016)




Una de las consecuencias de todos los “avances” ˗no sé realmente en qué avanzamos˗ que estamos viviendo/sufriendo es que hemos perdido la perspectiva. El poder de las masas es cada vez mayor; sacar los pies del tiesto lo convierte a uno en un estirado, un raro en el peor sentido de la palabra. Y con ello las mediocridades han alcanzado la categoría de grandeza por el simple hecho de que son admiradas por las mayorías tiránicas que no dejan espacio para que otras realidades tengan lugar. Como consecuencia, hechos de gran dimensión pasan a ser anecdóticos, migajas para esas minorías inadaptadas o directamente vanidosas que por una ridícula cuestión de impostura (postureo hay que decir ahora, porque lo dicen todos), prefieren lo que no quiere nadie. No hablo ya de trascendencia, sino de sensibilidad y no de sensiblería.

Rik Emmett. ¿Quién es ese tío y a quién le importa lo que haga? ¿Lo conoce La Gente? ¿Entonces cómo va a ser relevante lo que haga? Lamentablemente puede que sea cierto y a nadie le importe; en realidad a nadie le importa. Aunque haya compuesto un disco digno de figurar entre lo más admirable del último año, un disco lleno de humanidad, sentimiento, autenticidad, tacto y espiritualidad. Poseedor de una voz peculiar, indudablemente reconocible, y una capacidad para interpretar cada nota de un modo conmovedor. Quedan pocos así, me temo. Pocos que no necesitan gritar para que sus admiradores se estremezcan por sus aptitudes vocales, y así ellos puedan demostrarte lo bien que cantan.

Aunque sé que mi digresión puede alcanzar la categoría de panfleto quejoso, me resulta inevitable, pues cada vez más siento que el arte es, más que injusto, cruel, ingrato, y que los artistas que de verdad merecerían ese tratamiento no lo tienen y se lo llevan aquellos que aún no saben ni la mitad de lo que saben éstos, y que confunden las sensaciones con el sensacionalismo.

Aun así, unos pocos raros tenemos la fortuna de poder disfrutar, de sentir como verdaderas las emociones que nos regala Emmett y sus RESolution9 en este disco maravilloso, que comienza como un álbum de rock & roll que recuerda a sus Triumph, continúa como uno de hard rock que sigue la línea de algunos de sus trabajos en solitario, para pasar a ser un disco de blues melódico, rebosante de momentos mágicos y conmovedores que lleva a un estado de plenitud momentánea a quien lo escuche (es difícil que la plenitud dure mucho). Durante esos momentos deja de importar casi todo lo que nos rodea, y eso en estos tiempos no tiene precio. La parte final del trabajo recupera el tono más rock-pop con la impagable “Heads up” y “Rest of my life” para cerrar definitivamente con “End of the line”, a dúo con Alex Lifeson y James LaBrie. Con ellos completa una construcción con sentido total, pues Lifeson colabora en la anterior “Human Race” y LaBrie en la bellísima “I sing”, una de las mejores canciones del disco. “I sing” muestra la solución catártica que supone la música, con unos coros femeninos casi góspel y unas melodías sobrecogedoras. A ésta le sigue “My cathedral”, de evidentes resonancias religiosas, y a continuación “The ghost of shadow town” mantiene maravillosamente el tono vestido de blues. No es extraño, ya que los músicos que acompañan a Emmett están curtidos en el blues y el jazz. Dave Dunlop, inseparable en los últimos años de Emmett, hace una labor espectacular a las guitarras, Steve Skingley está fantástico al bajo y lo mismo se puede decir de la batería de Paul Delong. Como el mismo Rik dice, “no se puede llevar a cabo este tipo de proyectos al cien por cien por una única persona”.

Y hablando de compañías, la esperada canción con sus compañeros de Triumph, Gil Moore y Mike Levine no es lo que muchos esperan: es mejor. “Grand parade”, que aparece como bonus track, algo muy significativo, es una canción semiacústica magistral, que le remueve a uno por dentro, emotiva y dolorosa.

RES 9 es una especie de recorrido por la historia musical de Rik Emmett en el que están muchos de los períodos musicales por los que ha pasado. Desprende un envidiable optimismo pero, lejos de contagiarme, no puedo evitar sentir una extraña melancolía.



RIK EMMETT & RESOLUTION9

RIK EMMETT: CANTANTE, GUITARRA
DAVE DUNLOP: COROS, GUITARRA
STEVE SKINGLEY: COROS, BAJO
PAUL DELONG: BATERÍA







sábado, 5 de noviembre de 2016

"La cobra del pueblo", por Elvira LINDO.


A pesar de las redes y de la sobreinformación todavía quedan, a día de hoy, algunas personas inocentes. Benditas sean. Mi marido me llama desde su cuarto porque tiene una duda.

—¿Qué es hacer la cobra?— pregunta.

—Dícese del gesto ondulante que hace una persona con la cabeza hacia atrás para evitar un beso que no desea.

—Ya. Pues mira qué titular viene hoy en primera (da igual el periódico, fueron todos): “Así se vivió en Podemos la cobra de Bisbal a Chenoa”. Pero… ¿es que nos estamos volviendo todos idiotas?


Le advertí de que no lo dijera muy alto porque conviene aceptar un hecho insoslayable: hace años que la gente dejó de ser gente para convertirse en audiencia, y que la audiencia ha decidido que lo que más público tenga es lo que importa. Por su parte, los políticos, siempre dispuestos a halagar a sus posibles votantes, han asumido que al programa con más audiencia se le bautiza como “cultura popular”, y como es cultura y es popular hay que sumarse a su éxito. Disentir de lo que las masas aplauden, le advertí, es de snobs y elitistas.

Luego está la deriva de la televisión pública. [...] Nadie se pregunta, por ejemplo, por qué en los denostados 80 llegó a haber en TVE hasta 18 programas musicales y ahora todo se reduce a una especie de shows en los que lo emocional de los intérpretes cuenta más que su arte. Como consecuencia, si usted y yo no conocemos los grupos musicales que recorren ahora mismo en su camioneta las carreteras de España es porque la tele pública les ha negado su espacio. Lo que no se ve se convierte en minoritario, y lo minoritario, según esos defensores a ultranza de lo masivo, es elitista. Y así todo. O sea, que si hay algo masivo que te disgusta o de lo que ni tan siquiera quieres enterarte eres un aburrido, un arrogante y un cursi. Lo guay es sumarse a la masa. No siempre fue así: ocurría que la cultura popular nacía del pueblo e iba conquistando los corazones de la gente, el proceso era de abajo arriba; en cambio, ahora, promovida por las grandes corporaciones, la música es un producto impuesto desde arriba de manera tan avasalladora que acaba colonizando a los que no tienen otro hueso que roer. Al negocio se suman aquellos que de manera condescendiente bautizan lo masivo como cultura del pueblo. De esta forma, justifican la baratura que se ofrece en el espacio público e ignoran sin mala conciencia ese arte verdadero que hunde sus raíces en lo popular o en lo pop.

Suele decir Woody Allen que la música que ilustra sus películas es la que él escuchó de niño en la radio. Para sus oídos infantiles, ni Ella Fitzgerald ni Louis Armstrong eran músicos elevados difíciles de comprender, al contrario, resultaba muy sencillo aprenderse y cantar sus melodías. Tuvo la suerte de haber crecido cuando la música popular que sonaba en la radio al alcance de cualquiera era excelente. También lo fue cuando llegaron otros ritmos en los 60 y en los 70. Y podría ocurrir ese milagro hoy en nuestro país si los medios públicos fueran fieles a su esencia y promocionaran el talento.

Esta semana, la dichosa cobra abrió el telediario de TVE. Esta semana, leí la palabra elitista como insulto tantas veces en los medios españoles que llegué a visualizar la verdadera cultura del pueblo yéndose por el sumidero. También leí que sobre gustos no hay nada escrito, un dicho irritante por la falsedad y pereza que contiene, porque sí hay escrito mucho, empezando por Juan de Mairena cuando defendía aquella “escuela popular de sabiduría superior”.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/11/04/actualidad/1478275593_940240.html